Te regalé cien líneas, mil palabras
desesperadas y quien sabe cuantas horas de sueño. Te cedí
también los márgenes de mis apuntes, que siguen gritando tu nombre cuando paso las páginas.
Podría dibujar el contorno de tu cuerpo a la perfección y los rasgos de tu cara sin
errarle si quiera al ángulo que forma tu nariz con tu frente.
Seguimos sumergidos en la neblina de esa noche, y mis manos tantean el aire húmedo buscando las tuyas, que ya no están. Y lo más raro de todo es que no puedo (ni quiero) desprenderme de tu ausencia.